Cuento Salvaje

Estábamos volviendo con mi hija Valen del colegio. Odio viajar en el transporte público en hora pico. Está todo lleno de gente. Lleno de olores. Todos se empujan. Por lo menos era uno de los subtes nuevos con aire acondicionado. Igual prefiero, sin dudarlo, cagarme de calor pero viajar sentado a tener que viajar parado, como estaba ahora. 

-Preparate que en la próxima bajamos -le dije a mi hija,- no te separes de mí.

Mucha gente se bajaba en la estación de Olleros. Se abrieron las puertas y todos empezaron a empujar. Con Valen quedamos medio al final del amontonamiento pero si nos apurabamos llegabamos a salir bien. Sonó la alarma alertando que se estaban por cerrar las puertas. Le dí la mano pero cuando ya estábamos por salir un señor se interpuso entre nosotros e hizo que nos separemos. Yo salí y Valen no. Cuando miré para atrás, las puertas estaban cerradas y mi hija seguía adentro. 

Busqué al señor causante de la división. Solo había podido avanzar unos metros cuando sintió un empujón en la espalda. Miró a su alrededor irritado. 

-Flaco, ¿sos idiota? Por tu culpa mi hija de ocho años se fué sola a la próxima estación-, le grité.

Caminó hacia mí hasta quedar a medio metro. Se me quedó mirando a los ojos pensativo por aproximadamente cinco segundos. De la nada, siento un dolor agudo en la nariz tan fuerte que empecé a escuchar un pitido. Me había pegado una trompada en la cara. 

-Me tocás devuelta y te mato-, me dijo en un tono sorprendentemente calmado considerando lo que acababa de pasar. 

Sentí un sabor salado en los labios. Sangre. Este pelotudo es el culpable de que mi hija se haya ido sola, y además tiene la cara de romperme la nariz. Se me nubló la vista. Uno de los extremos de la vía estaba iluminado por el nuevo subte qué estaba ingresando a la estación. Antes de poder pensar en lo qué estaba por hacer, empuje al hombre odioso a las vías. La gente me empezó a mirar, se alejaron de mí. Yo me tranquilicé y traté de concentrarme en mis próximos pasos. Tenía qué encontrar a mi hija e irme rápido a mi casa. Todo ensangrentado entré al vagón. Por suerte conseguí lugar para sentarme.

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